septiembre 28, 2015

Tarde de verano

Comparto con ustedes otro de los cuentos de La rueda de la vida
Que lo disfruten!


Tarde de verano


Las callecitas de Buenos Aires tiene ese no qué sé que, ¿viste?, cantaba Amelita Baltar en mi mente mientras caminaba por la cortada, aún empedrada, de esa callecita de Montserrat un jueves de comienzo de verano.

Sentía la blusa pegada al cuerpo empapada por el calor agobiante. Iba distraída en mi mundo, miraba sin ver las casas, el cielo, la gente. Crucé de vereda para evitar el sol y casi me choco con él del otro lado de la ventana del café. Me escondí detrás de una pared para que no me descubriera y poder observarlo sin reparos.

No levantaba la vista del libro que descansaba sobre la mesa, ni siquiera para tomar un sorbo de café, que seguro era cortado, ni para mordisquear la medialuna, siempre de grasa.

Y a vos te vi tan triste… ¡Vení! ¡Volá! ¡Sentí!... el loco berretín que tengo para vos, seguía Amelita.

Su imagen me llevó a vernos, en un café tan igual y tan único como este, quince años atrás. Conversábamos acalorados cada uno defendiendo su postura y su razón. Loco, loco, loco,

-Estoy amortizando terapia, me soltó con obstinación.

-Me importa un rábano tu analista, tu terapia y tu amortización, respondí levantando el tono de voz.

Él quería volar en busca de nuevos horizontes, probar otras culturas, llevarme a una aventura. En cambio yo, apegada a mis afectos y a mi ciudad, remarcaba una y otra vez. Nosotros somos de Buenos Aires, acá está nuestra vida, la vamos a luchar juntos. Los argumentos se repetían de un lado y del otro como una letanía. Ambos tironeábamos la soga en un cinchar donde lo importante era vencer al contrincante. La falta de experiencia de vida, todavía jóvenes de golpes y traspiés nos jugó en contra.

Me soltó la mano y ofendida por su incomprensión me levanté airada y salí al sofocante calor del asfalto de ese día de diciembre. Se quedó sentado, rojo de furia, mirando por la ventana sin moverse.

Tardé muchos años y muchos dolores para darme cuenta lo inútil que es querer tener la razón.

¡Qué linda mujer se acercó a saludarlo! Lo sacó del ensimismamiento de la lectura, le sonrió y cuando se acercó a darle un beso, por un segundo se cruzaron nuestras miradas. Me ruboricé como una nena a la que descubren en una travesura. . Quereme así piantao, piantao, piantao, trepate a esta ternura de locos que hay en mí….

Apuré el paso y me detuve en la esquina con el corazón latiendo al galope. Vinieron a mi memoria esas tardes en que nos leíamos poemas tirados en la alfombra de nuestro refugio pequeño y coqueto, y los versos de Bécquer, que encontrábamos empalagosos, cursis y que recitábamos juntos con ironía:

“Pero al pensar en nuestro mutuo amor,

yo digo aún por qué callé aquel día

y ella dirá por qué no lloré yo”.

¡Loco él y loca yo!