Hace un tiempo leí un libro de una conocida lingüista, Deborah Tannen, cuyo título, Yo no quise decir eso, me atrapó.
Pensé en cuántas veces había pronunciado esa frase, y cuántas otras la había escuchado.
La buena comunicación es fundamental para generar relaciones saludables ya sea en el ámbito personal como profesional.
Dentro del amplio espectro de esta temática, la conversación interpersonal es un punto crucial para nuestra calidad de vida.
No vemos las cosas tal como son, sino tal como somos, reza El Talmud. Las personas hablamos y escuchamos a través de un filtro personal que se construye a lo largo de los años que está formado entre otras cosas por la educación, las vivencias, los mandatos familiares y culturales. Por esto una misma palabra puede tener una connotación diferente para distintas personas.
Hace años, realizamos un ejercicio ejemplificador con una de mis profesoras. Ella decía una palabra y cada uno de los alumnos escribía otra con la que lo relacionaba para luego leerlo y compartirlo.
Con la palabra Navegar, los resultados fueron tan diversos que aún hoy los tengo presentes: Libertad, Mareo, Inmensidad, Soledad, Diversión, Internet.
Como imaginarán esto trae aparejado una gran confusión y mucho “ruido” en las comunicaciones.
Suele suceder que nos encontramos diciendo algo que nuestro interlocutor, pasado por su filtro personal, interpreta de forma equívoca a nuestra intención y comienza a generarse un malentendido que se torna complejo dilucidar.
¿Cómo evitamos este inconveniente? Asegurándonos que el otro comprende perfectamente lo que deseamos transmitir. Esto se logra principalmente de dos formas. Por un lado conocer con quién estamos hablando, cuál es su idiosincrasia, su cultura, en lo posible algo de su historia, como base para no cometer errores de comunicación que puedan molestar o peor aún hasta ofender.
Por el otro, aunque parezca tedioso, durante la conversación debemos preguntar asiduamente si nos estamos explicando correctamente, si comprende el sentido de lo que estamos informando Debemos hacerlo de tal modo que sienta que es muy importante para nosotros que interprete nuestra idea, sentimiento, voluntad, diferencia, molestia, complacencia, lo que en verdad deseamos expresar.
Si nos ubicamos del lado del receptor, no tengamos miedo en hacer una simple pregunta “¿es esto lo que deseas decir?" Y repetirlo en nuestras propias palabras, es la mejor forma de asegurarnos de haber entendido correctamente al otro. No permitamos que nuestro filtro interfiera deformando el verdadero sentido de lo que la otra persona pretende decirnos.
Esta mecánica, que parece demasiado trabajosa, es realmente simple y automática cuando la practicamos lo suficiente y la transformamos en un sano hábito en nuestra vida.
Nos ahorrará muchos disgustos, discordias, peleas y mejorará notablemente la calidad de nuestras relaciones.
El esfuerzo de llevarla a la práctica justifica ampliamente el resulta